Con la presente temporada ciclónica, el país ha sido castigado por lluvias constantes. En esta misma semana los aguaceros han hecho complicidad con fuertes vientos y relámpagos, alterando el sueño y la tranquilidad de la mayoría.
Resulta que en el día de ayer, mientras en el trabajo comentábamos esta situación, una fiel cristiana comentaba ¨lo misericordioso¨ que era nuestro señor dios con este país, argumentando que ninguno de los huracanes había penetrado directamente sobre nuestro territorio, mientras que en Cuba, por ejemplo, los estragos causados por IKE, el ciclón de turno, fueron terribles. No pude contenerme, y le pregunté que si no le parecía presuntuoso de su parte, destinar la supuesta misericordia de dios hacia un pueblo y que sea precisamente el nuestro. Seguí con mi interrogatorio, y la cuestioné sobre si éramos mejores que los cubanos, ya que en el momento de declarar que la divinidad prefirió castigar con un fenómeno de la naturaleza a un pueblo sobre otro, es afirmar nuestra superioridad, al menos ante los ojos del creador.
Le recordé que a finales del año pasado, dos tormentas nos trajeron cientos de muertos y que un fuerte aguacero, pocos días atrás, había causado el deslizamiento de una enorme roca, y que esta terminó con la vida de una familia completa. Todo causa del azar que algunos pretenden ignorar. La réplica de mi compañera de trabajo fue, que eso era producto del pecado. A lo cual respondí, que entre las víctimas había una criatura de meses y otra de pocos años, que si esos inocentes sabían qué era el pecado. La muerte de un inocente, al menos para mi, no tiene justificación, sobretodo cuando hablamos de un dios con infinitos poderes. Ya en este punto mi amiga intentó callarme, no quería escuchar mis argumentos, su intención, según ella, no era convencerme. Mi intención no era esa tampoco, pero le manifesté que había que analizar las cosas que decía, que en mi cabeza, no parecían nada lógicas.
Le externé que los desgraciados de la fortuna eran, en mayor medida, a los que azotaban sin piedad los ciclones, que esto bajo ningún concepto tenía que ver con lo que los cristianos llaman pecado. Las calamidades son directamente proporcionales a la fortaleza o ubicación de las viviendas. Que desde los primeros instantes de la aparición del hombre sobre la tierra, los pobres, buenos o malos, eran los que recibían los golpes más contundentes. Esa, al parecer, era la voluntad divina, basándonos, claro está, en hechos palpables que no necesitan de fabulación.
Me habló de cómo los pobres se pueden superar y alcanzar el cielo o el éxito, que sólo era cuestión de disciplina y voluntad. A lo que contesté que si bien es cierto que se daban innumerables casos en que personas salían de la pobreza, a pesar de esto las oportunidades no eran las mismas. No es igual nacer con todas las necesidades primordiales cubiertas, y acceder a una buena educación, que aparecer en este mundo sin siquiera el pan debajo del brazo. Es fácil mirar a los desamparados desde nuestro punto de vista, olvidando la injusticia social de que son víctimas y que cargan como lastre.
Aunque la cara de impotencia de mi amiga era manifiesta, llegó a justificar esa gran misericordia de dios para con nuestro pueblo, con la acogida que dio, nada más y nada menos que Trujillo, a los judíos que huían del nazismo durante la Alemania de Hitler. Pese a que, según ella misma, los motivos del dictador dominicano estaban relacionados con el ¨mejoramiento¨ de la raza, más que con proteger al ¨pueblo elegido¨. Al parecer el buen dios nos premió por la hospitalidad del ¨Perínclito de San Cristóbal¨. Y es que en estos temas religiosos hay licencia para fantasear, las posibilidades de inventiva no tienen límites en la fábula divina. Lo contradictorio de esta parte, es que precisamente los judíos no creen que Jesucristo fuera el hijo de dios, y hasta lo condenaron a muerte. O sea, que los que tienen los derechos del cuento del dios de Abraham y el de Jacob, no creen en el que murió en la cruz. Esto es algo que resulta paradójico.
A propósito de esto, en la noche me decía un buen amigo, que era increíble la ceguera de las personas, ante el hecho evidente de que las religiones, en el caso nuestro el cristianismo, fueron impuestas a sangre y fuego. Hemos adoptado la creencia en un dios que avanza y trasciende por conveniencias e intereses puramente humanos. Nadie habla de los indígenas despojados de todos sus bienes y que fueron humillados y prácticamente exterminados bajo la cruz de la evangelización.
La pequeña discusión de esa tarde fue interrumpida, para suerte de mi compañera, por una llamada telefónica, que me imagino para ella, resultó providencial.
miércoles, 10 de septiembre de 2008
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