jueves, 18 de septiembre de 2008

Grandes indignaciones y pequeñas satisfacciones

Todo el que vive o ha pasado por esta media isla sabe de lo caótico del tránsito. Salir a la esquina, ya sea a pie o en vehículo, podría, sin mucho esfuerzo de imaginación, convertirse en una historia épica.

Los motoristas que se comen los semáforos, los carros que se parquean en las aceras, obligando al peatón a transitar por las calles, aun a riesgo de su propia vida, esos mismos automóviles y motores que, ante el tapón, se suben a territorio de peatones para poder avanzar aunque tan solo sea unos cuantos metros, con el descaro, en ocasiones, de hasta tocar bocina a los de a pie. Todas estas situaciones y muchas más, son de las habitualidades que nos podemos encontrar con sólo salir a la esquina.

A esto hay que añadirle que las autoridades a las que les corresponde velar para que este tipo de abusos no se den, en la mayoría de los casos ni se inmutan ante cualquier violación de las leyes de tránsito. El número de agentes en los últimos tiempos se ha multiplicado (en ocasiones hay tres por esquina), sin embargo son mucho menos eficientes que antes. No son dos ni tres las veces en las que los he visto anotando no sé que diablos en una libretita, mientras los motoristas hacen de las suyas y las jeepetas siguen en su afán de romper la velocidad del sonido. No es que han detenido a nadie, están solitos escribiendo. Ojalá y sean poemas...

La indignación que me provoca este tipo de cosas, hace que lance maldiciones a diestra y siniestra. No dudo que el que me haya visto haya pensado que estoy hablando solo y me haya confundido con un demente.

Pero no todo puede ser malo. En las últimas semanas he recibido dos satisfacciones. Una de ellas la tuve hace unos cuantos domingos atrás mientras subía la Churchill. Eran como las ocho de la mañana, cuando me detuve ante la luz roja de un semáforo, por el lado izquierdo cruzó la calle un personaje indiferente a la señal de alto. Mi rabia empezó a fluir, no entendía por qué carajos había en este mundo tanta gente charlatana. La luz verde me hizo avanzar y mi reciente ¨encojonamiento¨ se transformó de repente en alegría, cuando una cuadra más adelante me encontré con el violador detenido por un Amet que le entregaba su respectiva multa. Casi estuve a punto de parar el carro y explayarme en aplausos.

La otra satisfacción tuvo lugar mientras bajaba la Lincoln. Un motorista, tratando de avanzar por la acera, al elevar su vehículo de dos ruedas para invadir el terreno que debería tener prohibido, provocó que su acompañante montado en la cola del motor terminara cuan largo era en la calzada. El golpe, afortunadamente, fue menos grave que la vergüenza. Todo el que estaba cerca se rió a pierna suelta y yo no pude evitar un ¨está bueno que le pase¨.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Discuciones Cotidianas 2

Con la presente temporada ciclónica, el país ha sido castigado por lluvias constantes. En esta misma semana los aguaceros han hecho complicidad con fuertes vientos y relámpagos, alterando el sueño y la tranquilidad de la mayoría.

Resulta que en el día de ayer, mientras en el trabajo comentábamos esta situación, una fiel cristiana comentaba ¨lo misericordioso¨ que era nuestro señor dios con este país, argumentando que ninguno de los huracanes había penetrado directamente sobre nuestro territorio, mientras que en Cuba, por ejemplo, los estragos causados por IKE, el ciclón de turno, fueron terribles. No pude contenerme, y le pregunté que si no le parecía presuntuoso de su parte, destinar la supuesta misericordia de dios hacia un pueblo y que sea precisamente el nuestro. Seguí con mi interrogatorio, y la cuestioné sobre si éramos mejores que los cubanos, ya que en el momento de declarar que la divinidad prefirió castigar con un fenómeno de la naturaleza a un pueblo sobre otro, es afirmar nuestra superioridad, al menos ante los ojos del creador.

Le recordé que a finales del año pasado, dos tormentas nos trajeron cientos de muertos y que un fuerte aguacero, pocos días atrás, había causado el deslizamiento de una enorme roca, y que esta terminó con la vida de una familia completa. Todo causa del azar que algunos pretenden ignorar. La réplica de mi compañera de trabajo fue, que eso era producto del pecado. A lo cual respondí, que entre las víctimas había una criatura de meses y otra de pocos años, que si esos inocentes sabían qué era el pecado. La muerte de un inocente, al menos para mi, no tiene justificación, sobretodo cuando hablamos de un dios con infinitos poderes. Ya en este punto mi amiga intentó callarme, no quería escuchar mis argumentos, su intención, según ella, no era convencerme. Mi intención no era esa tampoco, pero le manifesté que había que analizar las cosas que decía, que en mi cabeza, no parecían nada lógicas.

Le externé que los desgraciados de la fortuna eran, en mayor medida, a los que azotaban sin piedad los ciclones, que esto bajo ningún concepto tenía que ver con lo que los cristianos llaman pecado. Las calamidades son directamente proporcionales a la fortaleza o ubicación de las viviendas. Que desde los primeros instantes de la aparición del hombre sobre la tierra, los pobres, buenos o malos, eran los que recibían los golpes más contundentes. Esa, al parecer, era la voluntad divina, basándonos, claro está, en hechos palpables que no necesitan de fabulación.

Me habló de cómo los pobres se pueden superar y alcanzar el cielo o el éxito, que sólo era cuestión de disciplina y voluntad. A lo que contesté que si bien es cierto que se daban innumerables casos en que personas salían de la pobreza, a pesar de esto las oportunidades no eran las mismas. No es igual nacer con todas las necesidades primordiales cubiertas, y acceder a una buena educación, que aparecer en este mundo sin siquiera el pan debajo del brazo. Es fácil mirar a los desamparados desde nuestro punto de vista, olvidando la injusticia social de que son víctimas y que cargan como lastre.

Aunque la cara de impotencia de mi amiga era manifiesta, llegó a justificar esa gran misericordia de dios para con nuestro pueblo, con la acogida que dio, nada más y nada menos que Trujillo, a los judíos que huían del nazismo durante la Alemania de Hitler. Pese a que, según ella misma, los motivos del dictador dominicano estaban relacionados con el ¨mejoramiento¨ de la raza, más que con proteger al ¨pueblo elegido¨. Al parecer el buen dios nos premió por la hospitalidad del ¨Perínclito de San Cristóbal¨. Y es que en estos temas religiosos hay licencia para fantasear, las posibilidades de inventiva no tienen límites en la fábula divina. Lo contradictorio de esta parte, es que precisamente los judíos no creen que Jesucristo fuera el hijo de dios, y hasta lo condenaron a muerte. O sea, que los que tienen los derechos del cuento del dios de Abraham y el de Jacob, no creen en el que murió en la cruz. Esto es algo que resulta paradójico.

A propósito de esto, en la noche me decía un buen amigo, que era increíble la ceguera de las personas, ante el hecho evidente de que las religiones, en el caso nuestro el cristianismo, fueron impuestas a sangre y fuego. Hemos adoptado la creencia en un dios que avanza y trasciende por conveniencias e intereses puramente humanos. Nadie habla de los indígenas despojados de todos sus bienes y que fueron humillados y prácticamente exterminados bajo la cruz de la evangelización.

La pequeña discusión de esa tarde fue interrumpida, para suerte de mi compañera, por una llamada telefónica, que me imagino para ella, resultó providencial.

viernes, 5 de septiembre de 2008

TIEMPO DE RENDIR CUENTAS

El mundo no para de girar, muchos de los que en su juventud disfrutaban de estar en la cima, dando desenfreno a la locura y muchas veces al abuso, hoy están expuestos al escrutinio y a la vergüenza pública.

De ser los más populares en los remotos tiempos de colegio, los que contaban con la atención de las muchachas, los que se desmontaban de los mejores carros, los que hacían alardes de capacidades pugilísticas y de artes marciales, no importa a cuál inocente escogieran para manifestar su hombría, esos que eran hasta protegidos por sus progenitores después de cada paliza propinada, donde se aparecía el padre con el sombrero que suelen usar nuestros arrogantes generales con su respectiva arma al cinto, irradiando autoridad y satisfacción ante el resultado de un asalto a puñetazos, a trompadas y patadas, ante al menos una mirada de indignación escondida entre las columnas de alumnos que se formaban antes de empezar el día de escuela, esos ahora están en la misma línea de los que roban vehículos y de los que se lucran envenenando con sustancias prohibidas.

Y es que el mundo da y vueltas y vueltas, y no se cansa. La avaricia, ese deseo de tener más y más que nos imponen como norma, esa competencia de tener los bolsillos repletos hasta que se desborden las cuentas en el banco, en una carrera que no tiene fin: siempre habrá alguien que tenga más. Esa avaricia que hace que muchos sobrepasen los niveles de lo permitido, de lo humanamente aceptable y que motiva que se pierda el miedo de hacer rodar y volar cabezas, hace que muchos se olviden de que, a pesar de que la justicia humana (no creo en ninguna otra) a veces nunca llega, pero que en ocasiones esta, toma caminos inesperados, y sí lo hace.

Los familiares niegan el monstruo que ayudaron a crear, pretendieron no escuchar las piedras en forma de cadáveres que hacían sonar al río. Dicen que sólo cumplía órdenes, como si esta excusa reviviera muertos. Es hora de saldar las cuentas pendientes, que son muchas.

viernes, 22 de agosto de 2008

VISITA AL COLEGIO

Llegué al colegio a buscar a Tamara, la recogí en su curso y de repente me acordé de que un amigo me pidió localizar allí mismo, en el San Juan, a un señor cuyo nombre tengo ahora, como dicen, en la punta de la lengua. Pregunté por él, y me indicaron con el dedo índice el pasillo donde estaba la Dirección.

Distinguí en una puerta las letras que formaban el nombre que aún no me pasa de la punta de la lengua, al mismo tiempo que salía por la misma un hombre de color y bajo en estatura, al que Tamara se queda mirando como asustada, y él le dirige una mirada profunda a la niña, mientras hace los gestos de una persona a la que falta el aire y jadea una y otra vez, cuando de repente a Tamara también le empieza a faltar el aire y noto que se ahoga. Le grité al hombre de color algo que no recuerdo, al darme cuenta de que las muecas fingidas del ahogamiento de uno, tenían que ver con el ahogamiento real de la otra, y este escapó huyendo. Sólo me cercioré de que la niña respiraba normalmente (su asfixia terminó justo con la huida del tipo) y corrí detrás de aquel extraño personaje. Mi hermano Leandro, que se había quedado en el carro, apareció detrás de mí acompañándome en la persecución y llegó a sacar hasta su arma para hacer un par de disparos sin suerte. No fue posible alcanzarlo, desapareció de nuestra vista tan rápido como había aparecido.

Llamé a mi amigo, convencido de que aquella era la persona que me había pedido buscar, y la confusa explicación que me dio no me dijo nada, pero le dije a mi hermano que sin falta, al día siguiente, volvería a buscar, si es que podía soñar nuevamente lo mismo, al hombre que había intentado robarle el aire a Tamara.

viernes, 25 de julio de 2008

Discusiones Cotidianas

Qué mal he dormido. Otra vez al trabajo, la rutina de todos los días: Llegar, encender la PC, guardar mi modesto almuerzo (jugo y galletas), revisar el correo, leer el periódico con los mismos problemas de ayer y de siempre en diferentes páginas, y luego a la faena laboral hasta que felizmente lleguen las cinco.

Hoy me encontré temprano con un escrito de Colombo, cuyo título ¨Dios es inocente¨, me llamó la atención desde el principio. En el mismo, el autor cita casi literalmente un párrafo de un escrito de Saramago, y digo casi, porque, no sé si de manera intencional, el articulista eliminó la parte donde el autor portugués dice ¨Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca…¨ y que continúa describiendo las barbaridades que es capaz de cometer el género humano utilizando como punta de lanza el nombre de dios. Le hice saber al periodista, mediante un comentario al pie de página, de la mutilación que había cometido, no me parecía justa.

Quizás lo hizo para quedar bien con todos sus lectores o con la mayoría de ellos, no sé. El caso es que terminé buscando el texto completo del ¨El Factor Dios¨, tan crudo, tan doloroso… ¡tan real! Lo leí nuevamente y se lo envié a una compañera y amiga del trabajo (creyente) y ésta me dio su opinión en forma de mueca de desaprobación.

Discutimos por un momento, y aunque ella me manifestaba que no podía pensar como el Nobel, no podía señalarme un solo punto de las observaciones de Saramago, que estuviesen alejadas de la realidad.

¨Prefiero creer en dios¨ me decía, aunque la realidad evidente y palpable señalara inequívocamente hacia otra dirección.

Lo peor, quizás, de las religiones, es precisamente esa cárcel donde tratan de recluir, de encerrar a toda costa al sentido común, a la razón. Su sustento sobrevive precisamente por el desconocimiento, por la duda. Gran parte de los creyentes están decididos terminantemente a no pensar, a no cuestionar, se conforman con las explicaciones ideadas y empacadas por otros, y se alejan de las cosas que realmente alimentan el intelecto y que nos acercan, al menos un poco, a la comprensión de la condición humana. Y ante cualquier cuestionamiento te miran de arriba abajo, como si fueras un bicho raro, pero incapaces de responder con coherencia.

Nada tan terrible como el temor a saber, la negativa de aprehender.

martes, 15 de julio de 2008

Sólo en Sueños

Otra vez la casa de la Lincoln. Estaba hablando dentro de ella no sé con quién, contándole de aquel día de año nuevo de hace quién sabe cuántos años ya, en que reunidos en esa mañana lluviosa, decidimos jugar pelota. Tíos, primos, sobrinos juntos en aquella enorme rotonda jardín plagada de avispas furiosas, donde el bullicio de los pájaros que iban y venían de aquel árbol que nos cubría con su sombra, nos hacía sentir en una dimensión irreal.

El que me escuchaba en la sala de la casona, no daba a crédito a la magnificencia del lugar del que le hablaba, y yo, a pesar de saber que toda esa cuadra había sido demolida por ¨el progreso¨ hacía muchos años atrás, me asomé para enseñarle el sitio exacto al que me refería. Apenas mi vista identificó en los recuerdos el jardín de aquella casa antigua, una voz que surgía a mi lado me decía ¨que si por favor podía llevar a la niña a su cuarto¨.

Toda la ¨realidad¨ de mi sueño se desmoronó. A regañadientes llevé a Tamara a su habitación, mientras me lamentaba dentro de mí por el mundo que había perdido, por aquel pedazo de existencia al que ya no retornaría, al que no podría abrazar. Nunca sabría a quién diablos le hablaba, ni tenía ninguna certeza de poder visitar otra vez aquella casa hoy día inexistente que todavía está alojada y viva en los vericuetos de mi cerebro. Ya esa madrugada nunca más fue la misma. Cuando volví a la cama, me decía a mí mismo que sería imposible retornar a esa sala enorme llena de huellas del pasado. La suerte estaba echada.

¨Esa patria de los muertos¨ que son los sueños, a la que alguna vez se refirió Octavio Paz, no es más que eso, el espacio del tiempo dónde sólo los muertos son soberanos, y no sólo los de carne y hueso, sino aquellos de cemento que también reclaman su parte de la nostalgia. Son ellos que deciden cuando quieren salir de su rincón escondido en nuestro inconsciente, y decirnos ¨aquí estoy todavía, vivo en tu memoria¨.

lunes, 14 de julio de 2008

De la verguenza, la inocencia y otros demonios

Cada quince días hay un compromiso del cual no puedo escapar. El viaje al supermercado me lo han convertido en algo ineludible, en una circunstancia vital para el buen funcionamiento de las relaciones conyugales. En ocasiones he podido torear dicha aventura, generamente valiéndome de mil y una argucias heroicas, que siempre tienen como resultado, la suspensión del habla de parte de mi consorte, al menos por un par de horas.

A esto se añade el dilema de si llevar o no a la niña, cuya presencia aumenta el trajín de la odisea. Nuestra pequeña está en esa edad donde siempre da de qué hacer. Cuando no está corriendo como una posesa por todos lados, con el peligro latente de que vaya a llevarse en la carrera todo un anaquel de vinos, está poniendo las manos a cada cosa que le cruza por el lado.

El caso es que en el día de hoy llegó nuestro -encuentro familiar obligatorio de todas las quincenas-, y que por razones que no vienen al caso, tuvimos que hacer con la gorda. Cuando arribamos a la casa del terror, nombre que estos establecimientos de comida han recuperado después de que atacamos tanto a Hipólito, lo primero que Tamara hace al llegar, es pedir que la suban al carrito de la compra. Aquello nos sorprendió, lo que le gusta es practicar su carrera con obstáculos en el mismo momento de llegar al supermercado.

No bien empezamos a recorrer los pasillos, cuando advertimos que lo que teníamos montado en el dichoso carrito era a un loro. La niña no paraba de hablar. Con cada artículo que subía al carrito, nuestra bocinita de cuatro años nos hacía un comentario. Pasamos por el lado de las bebidas y saltó con que ¨los niños no beben cerveza, verdad papi? Cuando yo sea grande voy a poder beber cerveza, verdad papi?¨

¨Así es, mi amor, los niños no beben cerveza. Cuando seas grande vas a poder, pero sólo un poquito¨. Le contesté agradeciéndole al dios en que no creo que no había nadie en el pasillo, para que no se vaya a descubrir mi afición por esa bebida espirituosa.

Ya el último comentario que hizo fue cuando su mamá tomó en sus manos unas toallas sanitarias: ¨Mami, eso es para ti, verdad, te lo vas a poner en la popolita?¨ El mismo lo suficientemente alto para que lo pudieran escuchar un grupo numeroso de mujeres subidas de años que no pudieron reprimir la risa, celebrando la ocurrencia de la infante parlanchina.

Sólo puedo decir que, durante el tiempo que faltaba para salir de la casa de los sustos, la pasé con el alma en vilo. Hasta el punto de que me negué rotundamente a recorrer con semejante perico el pasillo que albergaba al papel higiénico.